Sobreviví al 2024 y solo me costó 4 crisis existenciales
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Este fue un año… particular. Me rompí en tantos pedazos que hasta perdí la cuenta. Pero dicen que algo bonito pasa cuando te rompes: aprendes a reconstruirte. Esta es la historia de mis cuatro crisis más duras del 2024, y cómo terminé encontrando luz en medio del caos… o al menos eso me digo para dormir en las noches.
1. Cuando el trabajo dejó de tener sentido
Cuatro despidos en menos de dos años. El último fue el que me quebró. No era solo perder el trabajo, era perder las ganas de seguir en trabajando en Tech. Cada “estamos reestructurando la empresa” se sentía como un “no eres lo suficientemente bueno”. Y quizás tenían razón - mi corazón ya no estaba ahí porque aprendí a esperar el totazo de los lay-off (despidos) y simplemente resolvía tareas. La industria que una vez amé se había convertido en un recordatorio constante de mi fracaso.
Pueden saber más de esta crisis en mi post anterior:
2. Mi cerebro hace las paces conmigo (a la fuerza)
El diagnóstico de TDAH llegó como una explicación que no sabía que necesitaba. De repente, toda mi vida tuvo sentido:
- Por qué mi mente siempre estaba en mil lugares menos donde debería, en Davivienda por supuesto (chiste para colombianos)
- Por qué olvidaba cosas que deberían ser importantes, mientras recordaba perfectamente cada detalle de una anécdota random de hace 15 años
- Por qué podía leer varias páginas de un libro mientras mi mente fabricaba historias paralelas, teorías conspirativas y escenas completas de peliculas porno que nadie me pidió -porque soy un hombre dañado por esa industria.
- Por qué la ansiedad me comía vivo cuando tenía que volver a leer las mismas tres páginas por quinta vez, frustrado de no poder hacer algo tan “simple” como concentrarme en una lectura
Mi cerebro había estado tratando de decirme algo todo este tiempo, pero yo ni siquiera sabía que el TDAH podía existir en adultos. Fue hasta que cayó en mis manos el libro “TDAH en hombres adultos” que todo hizo click. Treinta y tantos años creyendo que era “disperso por naturaleza”, “perezoso por elección” o simplemente “pendejo” -como lo diría mi mamá, cuando en realidad mi cerebro simplemente funcionaba diferente.
3. El cuerpo pasa factura
Los triglicéridos por las nubes fueron la primera señal de alerta. Mi cuerpo estaba cobrándome cada mala decisión: las horas sentado frente al computador, los almuerzos a destiempo (o a veces ni almorzaba), las noches de poco sueño, y sí, esas cervecitas que, aunque no eran muchas, se sumaban a mi estilo de vida cada vez más sedentario.
El trabajo remoto, que tanto celebramos al principio después de la pandemia, se convirtió en mi asesino silencioso: de la cama al escritorio, del escritorio al sofá, y vuelta a empezar. Mi único ejercicio era masturbarme en horas laborales (un daño que me hacía puesto que quedaba triste, sin energía y sucio). Las rutinas de ejercicio que antes mantenía se fueron diluyendo en excusas de “mucho trabajo”, “estoy cansado” o “una paja quema 150 calorías, con 3 al día estoy completo”.
La ironía es que viviendo en la era del “self-care” y el “bienestar”, yo estaba haciendo todo lo contrario. Mi cuerpo, ese compañero fiel que había aguantado tanto, finalmente levantó la bandera roja: “¡Eh, cabrón! O le bajas a tu desmadre o te mando derechito a ver a tus ancestros”. -Mexican voice, mi cuerpo me habla en mexicano, no me pregunten por qué.
4. La que más duele
Esta es la que me cuesta escribir. Ser padre siempre fue mi mayor orgullo, pero este año me enfrenté a una verdad dolorosa: no estaba siendo el papá que mi hijo merecía. La procrastinación se convirtió en mi excusa favorita para no estar presente. “Más tarde”, “en un momento”, “cuando termine esto” -frases que se convirtieron en una pared entre mi hijo y yo.
Mi relación de pareja tampoco salió ilesa. Las peleas se volvieron silencios de semanas, los silencios se volvieron dudas, y las dudas se volvieron preguntas que me quitan el sueño: ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué merece ella? ¿Sería mejor separarnos? El limbo entre estar juntos y separados se convirtió en nuestro estado perpetuo.
El salvaculos -porque salvavidas suena a muy “coach”
El 2024 me la estaba metiendo a pelo y sin vaselina hasta que dos cosas inesperadas me ayudaron a levantarme: un micrófono de stand-up comedy y una pantalla de Zoom con mi terapeuta (nada de sillón fancy - mi terapia es como mi trabajo: remota y en pijama de la cintura para abajo). Una combinación extraña, lo sé, pero resultó ser exactamente lo que necesitaba.
No fue amor a primera vista con ninguno de los dos - las primeras veces que subí al escenario estaba tan nervioso que sentía que me iba a cagar (literalmente, los nervios me daban un dolor de estómago que ya tenía fichado el baño más cercano por si las moscas), y las primeras sesiones de terapia fueron una lloradera frente a una desconocida a través de una pantalla que hacía las preguntas exactas para sacar mi lado más debíl e indefenso. Nunca había llorado tanto frente a alguien que no conocía, fue raro, pero liberador.
Resulta que hacer reír a otros con tus traumas es mejor terapia que cualquier sesión formal, pero la terapia formal (aunque sea virtual) te da las herramientas para convertir esos traumas en material de comedia. El stand-up me enseñó algo que ningún psicólogo pudo: que está bien no estar bien, y que a veces tus peores momentos son tu mejor material de vida. Y la terapia me enseñó algo que ningún escenario pudo: que para sanar primero hay que reconocer las heridas, aunque sea a través de una webcam de dudosa calidad. Entre el micrófono y la terapia psicológica, aprendí que enfrentar los miedos no significa vencerlos, sino hacerte responsable de ellos y reconocerlos.
El people que no esperaba encontrar
Y fue así, entre crisis existenciales y chistes sobre mis traumas, que encontré un lugar seguro: un grupo de comediantes tan rotos como yo que bromean sobre sus tragedias, sus crisis existenciales y las maneras de posible suicidio que han tenido en mente. Yo les digo que esto parece un “hospital psiquiátrico”, y créanme, nunca la terapia grupal fue tan divertida ni tan efectiva.
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En este parche de comediantes, descubrí que mis “defectos” eran en realidad herramientas: mi TDAH se convirtió en una fuente infinita de historias random, mi ansiedad en material de comedia, y mis crisis existenciales en rutinas que hacían reír a otros que estaban pasando por lo mismo (bueno, hacer reir aun está en proceso).
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Y hablando de grupos de apoyo, no puedo dejar de mencionar a dos parceros de infancia (El Morocho y El viejo pati, protegiendo sus identidades). Esos que han estado ahí desde siempre y que este año fueron fundamentales. Tenemos un grupo de WhatsApp que literalmente se llama “Grupo de apoyo” - nada fancy ni creativo, pero cumple su función. Ahí, entre bullying y conversaciones existenciales desde las 7 am hasta las 12 pm, nos ayudamos a sobrevivir esta locura llamada vida. A veces las mejores terapias vienen de quienes te conocen desde que eras un culicagado.
Reescribiendo mi código de vida
Todo esto cambió mi forma de ver la tecnología. Ya no era ese Dev ansioso persiguiendo cada nueva tendencia, tratando de aprender tres frameworks mientras comía o pagando una suscripción a 1000 cursos que podrían triplicar mi sueldo solo si los terminaba y ponía en práctica. Empecé a ver mi carrera como lo que es: un trabajo, no una sentencia de vida. La tecnología ya no define quién soy, es solo una parte de lo que hago.
Por primera vez en años, puedo sentarme a jugar con mi hijo sin pensar en los cursos que debería estar tomando porque pagué una suscripción que no uso. Ya no me siento culpable por no estar “actualizándome” constantemente - aunque algunas veces echo un ojo a cositas. Resulta que el mundo no se acaba si no aprendo la última versión de [inserte aquí tecnología trendy o cualquier modelo de AI que lanzó X empresa] - irónicamente la AI me ayudó a redactar este post.
Mi pareja nota la diferencia. Las conversaciones ya no giran solo alrededor de mi próxima certificación o el curso que debería tomar. Ahora hablamos de planes, de sueños, de miedos - de cosas reales. Sigo programando, sí, pero ya no vivo programado.
Las lecciones que nadie pidió (pero igual llegaron)
Este 2024 me enseñó más de lo que esperaba (y definitivamente más de lo que quería):
- Que la vida no es una carrera de velocidad sino de resistencia, y a veces está bien caminar… o simplemente sentarte a ver pasar la vida
- Que el éxito no se mide en logros profesionales ni en salarios, sino en momentos de paz mental
- Que el TDAH no es una sentencia, es solo una forma diferente de ver el mundo (y a veces hasta es útil para hacer reír a la gente)
- Que la terapia no es para “locos”, es para cualquiera que quiera entenderse mejor (y todos deberíamos, así como lo expresa Alcolirykoz en su canción TNT)
- Que los amigos rotos son buenos para arreglar corazones rotos
- Que nadie camina solo
2025: El año sin expectativas
Para el 2025 no tengo grandes metas ni resoluciones épicas. Antes me proponia lo mismo Viajar a X pais, comprar una casa, tener X salario, adelgazar, etc. Siempre terminaba frustrado y sintiendo que no hice nada en el año. Esta vez quiero algo diferente:
- Entender cómo funciona mi cerebro sin juzgarlo tanto
- Estar más presente en mi vida y en la de los mios. Decir “te quiero” más seguido y de verdad.
- Sanar algunas relaciones familiares (y si no se puede, al menos entender por qué)
- Ser el papá que mi hijo necesita.
- Seguir haciendo reír a la gente con mis tragedias
- Y tal vez, solo tal vez, aprender a quererme un poco más
- Entre otras cosas hippies, pero necesarias que guardo para mi.
No prometo nada, pero al menos ahora sé que el fracaso también es parte del show.
Y como decimos antes de subir a tarima “mucha mierda”, porque el show o la vida pueden ser una mierda que hay que aprender a disfrutar.
Así que… MUCHA MIERDA para este 2025.
Escrito desde el 2025 porque me dió pereza antes.